Por Jesús Rodríguez, miembro de La Comuna

La primavera de 1974 empezó mal. En realidad aún no había terminado el invierno cuando mataron a Salvador. El 2 de marzo, la noticia de aquel crimen de estado cayó como una losa sobre el pequeño grupo de presos políticos, agrupados en una comuna unitaria, dentro de la cuarta galería de la cárcel de Carabanchel.

Tiempo de plomo aquel invierno frío y gris de 1974. En la calle, ni siquiera la enfermedad de Franco o los tímidos gestos “liberalizadores” del régimen (el “espíritu del 12 de febrero” de Arias Navarro, el carnicero de Málaga) aportaban el más mínimo rayo de esperanza dentro de un régimen que estaba dispuesto a morir matando antes de desaparecer. Nuestro país entero seguía siendo una gigantesca prisión.

Pero un día de abril supimos que uno de sus muros había comenzado a resquebrajarse. En el único país extranjero que había recibido como jefe de estado al dictador Franco, la gente había salido a la calle para celebrar el final de la única dictadura que le había apoyado de forma incondicional.

Sin duda nuestra alegría fue paralela al temor que experimentaron los servidores del aparato represivo franquista cuando vieron aquellas imágenes en las que se veía a los miembros de la policía política de aquel país (la PIDE) custodiados por fuerzas militares para protegerlos de la ira popular. En aquellos momentos, la cárcel era para ellos un lugar más seguro que las calles de Lisboa.

Muchas de las expectativas de justicia y cambio social que levantó aquella “revolución” fueron defraudadas con el paso del tiempo. Pero, 41 años después, nada ha podido borrar de nuestra retina el rayo de luz que nos trajo la explosión de alegría de las multitudes que, en aquel 25 de abril del año 1974, se abrazaban con los soldados mientras llenaban de claveles los fusiles y gritaban su libertad en las calles de Lisboa (*).

 

(*) Una buena ocasión para volver a ver la inolvidable película de María de Medeiros (Capitanes de Abril) para aquellos que la tengan a su alcance.

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