Hace seis años volví a la militancia. No fue la militancia de partido, la que habíamos compartido en la Liga Comunista Revolucionaria, en aquellos terribles años que marcaron el final del franquismo y los orígenes de esto que llamamos democracia. Nos volvió a unir la militancia por los derechos humanos fundamentales, tan amenazados e insuficientes entonces y ahora en nuestro país. Tú y otras personas, con quienes yo había compartido la lucha antifranquista me enganchasteis en un proyecto ilusionante que tuve el honor de poner en marcha junto a vosotros.

Así nació La Comuna, para defender la justicia la verdad y la memoria y para seguir luchando hoy por ese mundo mejor que nos arrastró a comprometer nuestra vida contra la dictadura franquista.

Nadie podría entender lo que representa esta última etapa de mi vida sin saber lo que ha significado compartirla contigo y con todas las personas que nos agrupamos en esta familia entrañable, cálida y humana.

Contigo, Chato, aprendí el valor del abrazo, cálido y fraternal. Nuestros encuentros siempre empezaban por ahí, dirigidos de forma especial a la compañera o el compañero que pasaba momentos difíciles y necesitaba fuerza. Con esa sonrisa tuya que transmitía alegría, incluso en los momentos más duros. Dando apoyo y preguntando por la persona que tenía problemas. Nunca lo olvidaré.

Y aprendí también que la lucha por un mundo mejor empieza por los derechos fundamentales y que ese mundo solo será mejor si hacemos justicia.

Recuerdo haberte oído decir una vez que la lucha por la justicia era algo que les debíamos a todos los luchadores y luchadoras, víctimas del franquismo, que nos habían dejado sin llegar a verla. Pero también te oí decir que, por encima de todo, nos lo debíamos a nosotros mismos.

Pues sí, querido Chato. Lo haremos por todos los que ya no estáis, y también por nosotros. No faltaremos a ello.

Ya formas parte de la memoria de nuestra lucha y nuestra vida. Y has dejado un agujero tan grande que nunca podría ser llenado por una sola persona.

Pero unidos lo llenaremos.

Se verá el material del que estamos hechos: de carne, de sangre, de vida, de luz y de fuerza.

Y de la mejor madera.

Dedico estas líneas a toda la familia comunera.

Con ese abrazo fraternal, cálido y cercano, que tanto necesitamos y que ahora no podemos darnos.

Jesús Rodríguez Barrio.

30/03/2020