Rocío de Fernando Ruiz Vergara

Antonio Pérez, miembro de La Comuna.

En el Congreso han borrado varias huellas del golpe de Estado del 23-F. So pretexto de unas reformas, la empresa Dragados ha hecho desaparecer del techo cinco testimonios históricos. Curioso proceder el de estos neo-franquistas parlamentarios que contrasta con el tétrico esmero que pusieron sus padres en que sus crímenes fueran visibles y hasta ostentosos, empezando por tirar en las cunetas a los torturados y fusilados para que sirvieran de escarmiento general y terminando en algunos detalles macabros que presenciamos los presos del tardofranquismo y de los que, por ende, somos fuente de información de primera mano.

Yo he visto en los paredones las huellas de los fusilamientos franquistas. Y no es metáfora espiritualista porque me refiero a los huecos materiales que las balas dejaban en las paredes de las cárceles de la dictadura. En pleno tardofranquismo, desde principios de los años 1970’s, los he visto en los patios de El Coto -antigua cárcel de Gijón-, y en el patio “de políticos” del talego viejo de Oviedo. Unas hileras de hoyos, pinchazos o desconchones que formaban un siniestro zócalo a la altura de la cabeza y del pecho. Y un detallito ‘sin importancia’: apenas los había arriba de la cabeza o cerca del suelo, clara demostración del fino talante de los verdugos –en el primer franquismo, voluntarios en su mayoría-. Pocas o muchas décadas después de los asesinatos, seguían allí para recordarnos a los nuevos presos cómo se las gastaban los llamados “nacionales”, hoy día “populares”. Y lo que era peor: cómo se las podían volver a gastar cual, efectivamente, demostró hasta su fin el Tiranosaurio Padre.

Cualquiera de mis compañeros puede contar lo mismo de otras cárceles. Un ejemplo relativamente conocido: al ingresar a las galerías de la prisión de Carabanchel, según el humor del Jefe de Servicios que estuviera de guardia, a los reclusos nos hacían -o no- pasar por el pasillo subterráneo donde estaban las celdas “de capilla” adonde llegábamos tras cruzar la pequeña rotonda donde se anclaba el garrote vil. Luego llegó la Transacción Democrática y desaparecieron las antiguas cárceles y con ellas las huellas materiales de los fusilamientos, con Carabanchel como ejemplo máximo de hipócrita, interesada, parcial y partidista desmemoria y con el Premio Nobel Camilo José Cela como paradigma de las tinieblas desde que exhibió en su Fundación el garrote vil en el que, dicen, se asesinó a Salvador Puig Antich –así presumen los papeles en los que se “legaliza” el siniestro regalo que le hizo un juez incalificable-.

Los cinco impactos, tan “desaparecidos” como las fosas en las cunetas, estaban en el techo de la tribuna de prensa, señal inequívoca de que, en el año 1981, algunos periodistas todavía estaban en el punto de mira de los picoletos. ¿Fueron disparos al aire los efectuados durante el 23-F? Recordemos que, en el tardofranquismo, todos los asesinados en la calle también lo fueron por disparos al aire -“al aire de los pulmones”, respondíamos con humor negro-. Hoy, casi todos los plumillas orgánicos, en otra señal inequívoca del desprecio que les merecen sus mayores, se esfuerzan en subrayar que los daños son “irreversibles”. ¿Irreversibles?: cualquier estudiante de primer año de restauración patrimonial o de arqueología podría repararlos.

¿Se habla de la sanción que merecen los culpables de este atentado contra el Patrimonio Nacional?, ¿se habla de procesar al arquitecto de Dragados o, aunque sólo fuera, a su jefe de obra? Por supuesto que no y, desde luego, menos se acusa al máximo responsable, a saber, al Presidente del Congreso, excelentísimo señor Jesús Posada, tercera dignidad del reyno.

De cara a la galería, el señor Posada se ha deshecho en lamentaciones verbales… a la vez que daba por consumada la irreversibilidad del atentado. Este hijo de Jesús Posada Cacho, alcalde franquista de Soria y gobernador (in)civil de varias provincias, fue a sus 34 añitos gobernador de Huelva entre los años 1979-1981 y, que sepamos, desde su puesto no se opuso fervientemente al golpe de Miláns-Tejero y etcétera sino que esperó para subirse al carro del vencedor.  Pero, enfin, ello no es noticia porque eso mismo hicieron la mayoría de sus colegas. Lo que hoy quiero destacar es un hecho relativamente poco conocido: Posada fue gobernador de Huelva justo cuando el malogrado Fernando Ruiz Vergara finalizó el rodaje de su documental Rocío. Además de mostrar la verdadera historia de las apariciones de la Virgen del Rocío y de la histeria colectiva que la rodea, esta enorme película incluye las declaraciones de un vecino de Almonte acusando al cacique local José Mª Reales de haber protagonizado en 1936 la matanza de noventa y nueve (99) vecinos de ese minúsculo pueblo, varios dellos asesinados a garrotazos en la más excelsa tradición andaluza: por el señorito y sin apearse del caballo.

Unir estos dos pecados mortales -la verdad sobre la Virgen y la masacre de los señoritos-, fue demasiado para el señor Posada quien, poco antes de dejar la gobernación provincial, consiguió que Rocío fuera censurada y, a continuación, sus artífices procesados y condenados. A estas alturas de la democracia, Rocío sigue prohibida y Ruiz Vergara murió en el exilio portugués en octubre del 2011. Siguiendo con el humor negro, podríamos decir que así se ahorró el bochorno de ver a su némesis convertida dos meses después en Presidente del Congreso.

Hijo de preboste franquista y, por tanto, genéticamente filogolpista, destructor de obras de arte, aniquilador de artistas… con semejantes antecedentes, ¿hay alguien en su sano juicio que confíe en que Posada quiera restaurar las huellas del 23-F cuya destrucción él mismo ha autorizado, por pasiva pero más probablemente por activa? Desde 1936, los franquistas padres fusilaron con plomo. Ahora, los neo-franquistas hijos aprovechan el último estertor de la burbuja inmobiliaria para afusilar con yeso.

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