Antonio PÉREZ Septiembre.2012
El monarca español ha entrado en la era cibernética. Con un retraso de décadas con respecto a otras monarkías pero jugando desde la primera semana con toda la baraja. Como rey de oros y copas, inauguró su página web so pretexto de príncipes e infantitas con una ducha de azúcar de esas que, si en papel polícromo son infecciosas, en pixeles-bytes resultan estériles puesto que ningún cibernauta la reenviará.
Para compensar la zanahoria de este primer besuqueo con niñas y ya adoptando su verdadero papel como rey de bastos y espadas, pocos días después el Rey decidió sacar el garrote y amenazó:
“En estas circunstancias, lo peor que podemos hacer es dividir fuerzas, alentar disensiones, perseguir quimeras, ahondar heridas. No son estos tiempos buenos para escudriñar en las esencias ni para debatir si son galgos o podencos quienes amenazan nuestro modelo de convivencia” (Juan Carlos de Borbón, Carta abierta colgada en internet el 18.septiembre.2012)
Tremebundas palabras: “el que una vez las oye viudo y desolado queda para siempre” (*) Hueras y tremebundas por su insignificancia, claro está, porque in-significante es todo aquello que suscribiríamos todos. ¿O es que hay alguien que trabaje para dividir sus propias fuerzas o quiera perder el tiempo persiguiendo imposibles? El truco está en que el Rey se auto-entroniza como la suma de todos sus súbditos, conformando una matriz de iguales entre sí sin mezcla de mal alguno. Estamos ante una utilización fraudulenta del plural mayestático (“podemos hacer, escudriñar, debatir”; en versión vaticana, “Nos proclamamos el siguiente dogma…”) porque, para que tanto el Rey como el Papa no retorcieran el cuello a la Gramática, hubiera sido requisito imprescindible que hubiera igualdad entre ellos y la plebe a la que se dirigen. Y, evidentemente, no todos sus súbditos somos iguales a Ellos.
Ahora bien, el truco del plural mayestático es tan burdo que podemos considerarlo como la avanzadilla populachera y suicida del Poder pues está calculado para consumo exclusivo de la morralla. El Poder se agazapa detrás de segundas líneas y éstas radican más allá del “Nos” y de su supuesta variedad de significados –polisemia-. Nos referimos a que, cuando el Poder aspira a ser absoluto, no se restringe a la variedad sino que pretende monopolizar el significado. De ahí que la Carta del Rey quiera poseer todos los significados –pansemia– o erigirse en el significado total –holisemia-. Pues bien, por mucho que repugne al sentido común, el Rey pretende llegar al absolutismo a través de la in-significancia. Y lo malo es que, haciéndonos eco de sus palabras, los comentaristas caemos en su trampa –“Los suyos, sus amigos predestinados, / Los que él entendía, los que a él le entendieron, / Si es que en el limbo entendimiento existe, / Por eso su intención, aunque excelente, al no entenderte, / Hizo de ti un fantoche a su medida: / Raro, turbio, inútilmente complicado”-.
Para remediar lo irremediable se nos ha ocurrido que una manera de silenciar el eco desmesurado que tienen los estornudos monárquicos es apear a sus palabras de la insignificancia absoluta para observarlas desde el campo de su uso cotidiano; es decir, analizando sus sinónimos. Para no hacer el cuento largo, nos centraremos en la más llamativa de las que ha manoseado: quimera. Con ello, quizá consigamos colegir que, lejos de ser significantes e incluso insignificantes, la coronada testa ha conseguido lo que parecía imposible: que, diga lo que diga, su discurso carezca totalmente de significado –asemia-. Por peligrosísimo dinamitero de palabras, al Rey deberían prohibirle la entrada en la Real Academia de la Lengua.
Quimera según la interpretación más extendida
Todo el mundo ha querido entender que la expresión “perseguir quimeras” está dirigida contra el independentismo catalán. Ahora bien, en el reyno de Españistán algunos se están preguntando porqué los escribientes del Real Gobierno escogieron para azotar a los catalanes y demás súbditos levantiscos una palabra tan llamativa y prolífica como quimera. Para dificultar el trabajo de los comentaristas, ¿no podían haberse conformado con alguno de sus homólogas? Pues no y basta echar una ojeada a la lista de sinónimos de ‘quimera’ para ver que, por distintas razones, ninguno de los barajados les pareció oportuno: ensueño, hubiera valido para aludir a la nación galega pero chirriaba para encasquetársela a vascos y catalanes; fábula hubiera sonado a paternalista mientras que ilusión era rematadamente paternalista además de no ser categórica; utopía, amén de hiriente, hubiera despertado ansias superiores y desvarío, resultaba insultante para todos. Gresca, marimorena, pelotera, pendencia, riña, trifulca y zaragata, vocablos mucho más conformes con el propósito de la Carta, precisamente por esta razón estaban descartadas de antemano.
Hasta aquí los aspectos negativos de la redacción. Lo positivo viene ahora: estaban los escribientes mordiéndose desde el labio al entrecejo cuando acertó a pasar por allí una secretaria de noveno nivel. Enfrascada en la lectura de un libro de poesía, no percibió que la turba de consejeros áulicos se había quedado ojiplática al leer la portada: “Desolación de la quimera”. ¡Eureka!, gritó el Escribiente Mayor. ¡Albricias!, fue coreado. ¡Jolines, ya es nuestra!, musitó el Escribiente Menor. Al oír estas exclamaciones, la secretaria volvió a este mundo cruel, temió el regaño y, señalando al libro, balbució a modo de excusa: “No es mío, me lo ha regalado una amiga, me ha dicho que este año se cumple el medio siglo de su publicación y como yo soy tan pitagórica…”. ¡Eureka!, etc. repitieron los asesores y añadieron: “Problema resuelto, escogemos quimera; así quedamos como cultísimos, hacemos un guiño a los rojos exiliados y Su Majestad queda como el mayor de los Equidistantes”. Quien nos contó esta verídica anécdota, no pudo asegurarnos que los áulicos leyeran el libro. Es que nuestro espía en Palacio no es investigador sino humorista.
Como no podía ser menos y con el permiso de nuestro maestro Pirigoyen, disentimos de esta interpretación. ¿Por qué todo un Rey, guardián de las esencias borbónicas y castellanas, ambas tradicionales amigas de Catalunya -salvo minúsculos malentendidos como los de la guerra dels segadors y los bombardeos de 1714 y del 1936/1939- habría de enfrentarse al pueblo catalán? ¿Y si el Rey se hubiera querido referir a otros temas que la más obtusa de las obnubilaciones antimonárquicas nos ha llevado a despreciar? Nuestro disenso se apoya en los múltiples sinónimos que disfruta ‘quimera’, la palabra de marras. Algunos dellos –“Píntalo. Con un pincel delgado, / Con color bien ligero. Pinta”- figuran a continuación.
Otras posibles interpretaciones
La ecologista: Tenemos otro amigo, también humorista, que mantiene una curiosa opinión, posiblemente nublada por su ferviente ecologismo -“Ver cómo crece alguna flor menuda, / El crecer silencioso de las flores, / Acaso fue la única dicha / Que he tenido en el mundo”-. Para nuestro querido ecólatra, el Rey ha querido hacer un guiño a los ecologistas: la admonición ‘no perseguir quimeras’ debe entenderse como un angustiado grito de atención ante el desastre que supone la sobrepesca en el océano. Aduce que quimera es un pez y, en defensa de su tesis, nos envía una nota –seguramente de origen y fiabilidad wikipédicas- que reza:
Quimera: nombre común de los miembros de cualquiera de tres familias de peces cartilaginosos de aguas profundas emparentados con los tiburones. Miden más de 2 m de largo y se alimentan de animales de menor tamaño que ellos, principalmente moluscos y equinodermos, en los océanos de aguas templadas. El color de su piel sin escamas va de negro a gris pardusco, en ocasiones con marcas de color más claro, y sus ojos son grandes. Tienen fecundación interna y son ovíparos. Los huevos están encerrados en una cáscara alargada y terminada en un filamento. La quimera pertenece al filo Cordados, clase Condrictios, subclase Holocéfalos, orden Quimeriformes, familias Calorínquidos, Rinoquiméridos y Quiméridos. Una especie presente en el Atlántico oriental y en el Mediterráneo es el borrico (Chimaera monstruosa) La quimera es también llamada “el rey de los arenques”.
Impresionados nos ha la lectura de tamañas erudiciones. Y, ¿quién sabe?, es posible que nuestro ecólatra acierte, es posible que la última frase sobre la ictio-monarquía sea la que haya decidido al Rey. A fin de cuentas, desde las alturas del Trono no debe apreciarse mucha diferencia entre súbditos humanos y arenques quiméricos.
La diversosexual: Por su parte, un tercer amigo, activista mexicano en el movimiento por la libertad sexual, nos apunta que, en el lenguaje popular de su país, al igual que joto, puto, etc., quimera es sinónimo de homosexual. Por lo tanto, el Rey ha denunciado la cacería de las personas sexodiversas. Aunque esta interpretación, evidentemente dictada por la necesidad de buscar aliados hasta en el infierno, nos parece la más alejada de la congruencia, la recogemos para no excluir a nadie. Pero no creemos en ella: un Rey tan macho machote machotísimo no cae en veleidades sexuales aunque la Carta Magna diga lo que diga –por cierto, ¿dice algo?-. Así pues, vete, vete iluso amigo y llévate tus delirios en la tranquilidad de que “Mas él, al irse, tras de sí deja viva la apetencia / De la conversación y la amistad interrumpidas”. Y eso es mucho más de lo que le diríamos al Rey.
La filosófica: Pero como tenemos colegas hasta en el infierno, no queremos desperdiciar esta ocasión para demostrar que también disfrutamos con amigos cultos. Uno dellos es filósofo y por eso nos apremia para que no nos olvidemos de la siguiente cita:
“La unidad política, tal como la concibe Platón, es una quimera, y destruiría el Estado, lejos de fortificarle” (Aristóteles, Política, Libro II, cap. I)
“Está bien –le dijimos-, los griegos valen para un roto lo mismo que para un descosido pero, ¿no te parece una apostilla asaz críptica?”. “Para nada –nos respondió-, don Juan Carlos I es un hombre muy leído y la profundidad de su caletre ha sido comprobada por innumerables académicos quienes le suelen comparar con luminarias como Solón de Atenas y Alfonso X el Sabio”. Aquí nos callamos porque, al revés de nuestros compatriotas, de los tales Dr. Solón y Dr. Aristóteles nada sabemos. Pero, aunque ignorantes, creemos recordar que, en realidad, el llamado ‘rey sabio’ fue un botarate paranoico que se trabajó incluso al Papa Marcelo para que excomulgara a su hijo y heredero Sancho IV el Bravo –un angelito que asesinó a su valido, de tal palo tal astilla- dizque porque éste le intentaba destronar y que, no contento con tan altísimas gestiones, pese a haberse comportado como un déspota verdugo de mudéjares, solicitó la ayuda del Sultán de Fez para asolar las cristianas tierras de los partidarios de su vástago.
Otro amigo filósofo, éste de la subsección política, nos puso más al día aduciendo que el Rey se refería nada menos que al Bien Absoluto según era entendido a principios del siglo pasado:
“El bien absoluto, si es un estado de cosas descriptible, sería aquel que todo el mundo, independientemente de sus gustos e inclinaciones, realizaría necesariamente o se sentiría culpable de no hacerlo. En mi opinión, tal estado de cosas es una quimera” (Wittgenstein, Cambridge, 1929-1930)
“Eso se aprende, si se aprende, tarde, / cuando de nada sirve y, aun sabido, / Poco puede servirnos saber solo: / Conocimiento sin poder resulta inútil”. Para mayor pedantería, nuestro filósofo de cabecera nos informó que estas sapientísimas sentencias fueron pronunciadas en la que, probablemente, fue la única conferencia pública escrita por el Dr. Wittgenstein. Ejem…, pues ni aun así nos convenció porque el Rey sabrá de absolutos pero no del Bien.
La filosófica: Pero como tenemos colegas hasta en el infierno, no queremos desperdiciar esta ocasión para demostrar que también disfrutamos con amigos cultos. Uno dellos es filósofo y por eso nos apremia para que no nos olvidemos de la siguiente cita:
“La unidad política, tal como la concibe Platón, es una quimera, y destruiría el Estado, lejos de fortificarle” (Aristóteles, Política, Libro II, cap. I)
“Está bien –le dijimos-, los griegos valen para un roto lo mismo que para un descosido pero, ¿no te parece una apostilla asaz críptica?”. “Para nada –nos respondió-, don Juan Carlos I es un hombre muy leído y la profundidad de su caletre ha sido comprobada por innumerables académicos quienes le suelen comparar con luminarias como Solón de Atenas y Alfonso X el Sabio”. Aquí nos callamos porque, al revés de nuestros compatriotas, de los tales Dr. Solón y Dr. Aristóteles nada sabemos. Pero, aunque ignorantes, creemos recordar que, en realidad, el llamado ‘rey sabio’ fue un botarate paranoico que se trabajó incluso al Papa Marcelo para que excomulgara a su hijo y heredero Sancho IV el Bravo –un angelito que asesinó a su valido, de tal palo tal astilla- dizque porque éste le intentaba destronar y que, no contento con tan altísimas gestiones, pese a haberse comportado como un déspota verdugo de mudéjares, solicitó la ayuda del Sultán de Fez para asolar las cristianas tierras de los partidarios de su vástago.
Otro amigo filósofo, éste de la subsección política, nos puso más al día aduciendo que el Rey se refería nada menos que al Bien Absoluto según era entendido a principios del siglo pasado:
“El bien absoluto, si es un estado de cosas descriptible, sería aquel que todo el mundo, independientemente de sus gustos e inclinaciones, realizaría necesariamente o se sentiría culpable de no hacerlo. En mi opinión, tal estado de cosas es una quimera” (Wittgenstein, Cambridge, 1929-1930)
“Eso se aprende, si se aprende, tarde, / cuando de nada sirve y, aun sabido, / Poco puede servirnos saber solo: / Conocimiento sin poder resulta inútil”. Para mayor pedantería, nuestro filósofo de cabecera nos informó que estas sapientísimas sentencias fueron pronunciadas en la que, probablemente, fue la única conferencia pública escrita por el Dr. Wittgenstein. Ejem…, pues ni aun así nos convenció porque el Rey sabrá de absolutos pero no del Bien.
La internacionalista: Uno más entre nuestros ínclitos colegas, sostuvo que había que buscar en Haití la alusión a las quimeras. Según él, si traducíamos este vocablo al francés, la alusión se iluminaba y la verdadera intención del Rey resplandecía aureolada por la Bondad. Y es que las chiméres son los pandilleros que dominaban Cité Soleil, el peor barrio de la capital Puerto Príncipe, ese que fue masacrado sistemáticamente por la Minustah, el ejército que la ONU desplegó en Haití para aniquilar a los partidarios del derrocado presidente Aristide, unas gentes revolucionarias, hambreadas y desesperadas más que pandilleras.
“Que de ti se adueñó toda una tribu / Extraña para mí y para ti no menos / Extraña acaso”. Esta versión no deja de tener algún sentido puesto que, en efecto, la Minustah cercó a los chiméres por los años de los años –en especial, durante 2005 y 2006-, obligándoles a ellos y a los habitantes de Cité Soleil a subsistir a base de unas obleas de tierra, manteca y sal cocidas al sol. Semejante obstinación en las represalias, ¿no es acaso la marca distintiva de cualquier monarquía? Sin embargo y por mucho que la lengua materna del Rey no sea el castellano sino el francés, lo cual añade un plus de verosimilitud al uso de chimére, no acabamos de comulgar con esta oblea tamaño rueda de molino. Teniendo españoles a mano, ¿por qué y para qué hubiera preferido el Rey atacar a unos negros remotos que, encima, ni siquiera pueden confundirse con la famosa tribu de los Aminoguanos de Botswana?
La biotecnológica: Por nuestra parte, como estamos a la última en tecnologías puntas, en un principio sospechamos que el Rey estaba aludiendo a las quimeras biológicas, esos seres híbridos de vida y de materia inanimada. “¡Vaya! –pensamos-, por fin la Casa Real española está adelantando a príncipes ecologistas como aparentan serlo los de “los países de nuestro entorno”. Por fin un dignatario real se atreve a poner coto a estas promesas ultramodernas, tan falsas como imprudentes y peligrosas. Nacidas al gran público a partir de 1995, cuando se clonó ese ratón Vacanti muy poco conocido por ser menos glamuroso que la oveja Dolly -quien, sin embargo, es dos años posterior, ¿en su nacimiento o en su ensambladura?- y coincidiendo con el despegue de la nanotecnología, estas réplicas de los frankensteins vivos y muertos, de los compuestos por carbono pero también por otros elementos más distantes, presumen estar a punto de crear cualquier forma animada. De hecho, plasmando un horizonte próximo, sus interpretaciones artísticas son ensamblajes de varios animales, exactamente como la Quimera griega.
Todo concordaba. Y en esas estábamos, a punto de sucumbir de éxito ante el estupendo hallazgo de haber resuelto el enigma de la quimera, cuando el poeta nos bajó de la nube al recordarnos las auténticas palabras de la Quimera clásica: “Mas, si prudente, estrangulaba al hombre / Con mis garras potentes, que un gramo de locura / Sal de la vida es. A fuerza de haber sido, / Promesas para el hombre ya no tengo”. No, no podía ser. El Rey no caería en la pelea contra los molinos de viento de las falsas promesas nano, micromega y mega tecnológicas. Él sólo pelea contra las promesas cívicas que fácilmente se podrían cumplir… sin su presencia.
Nuestra interpretación
Cualquier enciclopedia dice que la Quimera era “un monstruo que echaba fuego por la boca, con cabeza de león, cuerpo de cabra y cola de dragón. Aterrorizó a Licia, una región de Asia Menor”. Por lo tanto, está clarísimo que ¡el Rey es la Quimera! A las pruebas nos remitimos: echa fuego por la boca –esa Carta cibernética es buena prueba-; tiene cabeza de león –la corona es un trasunto evidente de la melena-; cuerpo de cabra –retratado en el royal ánimo zascandil, su panza de segurata jubilado y su agilidad de helicóptero- y, finalmente, cola de dragón, el parecido más evidente pues no hay más que ver la estela que dejan los carruajes de sus guardaespaldas. Igualicos, la Quimera y el Rey son igualicos.
Por si fuera poca razón la similitud morfológica que podemos comprobar en cualquier foto, a ella se añade un mismo comportamiento social: estas dos entelequias aterrorizan a sus súbditos. Con una particularidad: el Rey, además de la fuerza, quiere tener la razón. Y esa es, justamente, la gota que colma el vaso de nuestra paciencia cívica.
Parécenos mentira que nadie se haya percatado de tan obvio y espectacular paralelo. O, más que mentira, parécenos neurosis, neurosis nacional y peninsular puesto que, real y royalmente, hay que pertenecer a un país neurótico para que, teniendo tantas opciones para interpretar un par de palabras perdidas en el mar de la insignificancia –“Adonde la creída dominante / Es tan sólo una voz entre las otras”-, todos los comentaristas coincidan en que ‘perseguir quimeras’ ha sido un ataque frontal y royal al independentismo catalán. Quizá por aquello, el gobierno autonómico de la Generalitat no se ha dado por aludido. A la postre, lo mismo que deberíamos haber hecho los arriba –o abajo- firmantes.
(*) Todas las frases entrecomilladas y en cursiva pertenecen a distintos poemas de Luis Cernuda, Desolación de la quimera, 1962.
Un elefante se balanceaba sobre la tela de una «nacion»
Tarjeta roja:Perdon, me he equivocado, no volvera a pasar.
Tarjeta amarilla: Cojonudo!
y? pues q a este fue seleccionado por la culona para seguir pegando patadas al balon.
poco le queda de futbolista. cambio de turno? Elefantes sin cuernos en el zoo, sobreviviran o acabaran en extincion. ni con miles de millones de €’s se conforman