Víctimas del franquismo y los europarlamentarios Miguel Urbán (Podemos) y Marina Albiol (IU) rinden homenaje a los cinco últimos fusilados por la dictadura. El 27 de septiembre se cumple el 40 aniversario de los últimos fusilados del franquismo.

BRUSELAS.- Ni el Papa, ni el excanciller de Alemania, ni el presidente de la Conferencia Episcopal. Tampoco el grupo de intelectuales franceses, entre los que se encontraba Sartre, que pidieron a través de un manifiesto que no se ejecutara a los condenados a muerte. Nadie pudo convencer a Francisco Franco.

El dictador ya había decidido morir tal y como llegó al poder: asesinando. Aquel 27 de septiembre de 1975 cinco hombres fueron fusilados al alba. Otros seis, también condenados a muerte, salvaron la vida horas antes de la llegada del amanecer conmutando sus penas de muerte por penas de 25 ó 30 años de prisión.

Los asesinados, acusados de matar a cuatro miembros de la Policía Armada y de la Guardia Civil, fueron José Luis Sánchez-Bravo (21 años); Ramón García Sanz (27 años); Xosé Humberto Baena (25 años); Juan Paredes Manot ‘Txiki’ (21 años) y Ángel Otaegui (33 años). Los tres primeros, militantes del FRAP (Frente Revolucionario Antifacista y Patriótico); los dos últimos, de ETA.

Las últimas ejecuciones del franquismo quitaron la careta al régimen y dejaron en evidencia a las potencias occidentales que permitieron el asentamiento y desarrollo de la dictadura

Sus ejecuciones y la falta total de garantías en los procesos judiciales calificados por la prensa internacional como una «broma macabra» quitó la careta al régimen y dejó en evidencia a las potencias occidentales que permitieron el asentamiento y desarrollo de la dictadura. Para la historia quedarán las palabras de José Humberto Baena, el militante del FRAP que se despidió de sus padres a través de una carta escrita desde su celda. Sabía que era su última noche de vida:

«Papá, mamá: Me ejecutarán mañana. Quiero daros ánimos. Pensad que yo muero, pero que la vida sigue. Recuerdo que en tu última visita, papá, me habías dicho que fuese valiente, como un buen gallego. Lo he sido, te lo aseguro. Cuando me fusilen mañana pediré que no me tapen los ojos, para ver la muerte de frente.»

Cuarenta años de los asesinatos

El próximo domingo se cumplen cuarenta años de estos cinco asesinatos. Los últimos del franquismo. Los exmilitantes del FRAP que también fueron condenados en un primer momento a muerte, Manuel Blanco Chivite y Pablo Mayoral, junto a representantes de asociaciones de Memoria Histórica y los eurodiputados españoles Marina Albiol (IU) y Miguel Urbán (Podemos) han rendido homenaje este martes en Bruselas a los cinco asesinados en el centro cultural Federico García Lorca.

Mayoral, cuya pena de muerte fue conmutada por 30 años de prisión, recuerda bien a sus camaradas. Las reuniones que mantuvo con ellos y los días en la celda. «Los momentos vividos quedan ahí. Los recuerdo y los revivo. Y eso estará ahí siempre. Al que más recuerdo es a Baena. Recuerdo la serenidad que tenía. Siempre recuerdo que pasaba mucho tiempo escribiendo relatos en el patio. Y es imposible de olvidar la serenidad con la que afrontó todo», relata Mayoral a Público.

Manuel fue condenado a muerte el 12 de septiembre de 1975 en Consejo de guerra acusado de pertenecer al FRAP. Tenía entonces 30 años. La Fiscalía le acusaba de haber participado de manera indirecta en el asesinato del policía Lucio Rodríguez. Horas antes de ser ejecutado su abogado le comunicó que el Consejo de Ministros había conmutado su pena de muerte por 30 años de prisión. “¿Qué pasa con los demás?”, preguntó de inmediato. Después se produjo el silencio. El silencio más atronador.

Manuel Blanco Chivite: “El régimen asesinó a los que no tenían cabida en la nueva monarquía (…) Era un aviso de lo que sería la Transición. Asesinatos simbólicos”

«Ahora que se cumplen 40 años el recuerdo de nuestros camaradas está más presente. Siempre hemos tenido el objetivo de reparar su memoria y obtener justicia. Queremos que todas las condenas del franquismo, que se produjeron sin el más mínimo respeto a las garantías procesales, sean declaradas nulas», señala Blanco Chivite, que estos días rememora en su mente aquel 27 de septiembre.

“Es imposible expresar con palabras lo que sentí en aquellos días. Cuando uno participa en la lucha antifranquista sabe que en cualquier momento te pueden coger y condenar a muerte. Estás en una dinámica de lucha y sabíamos que podíamos caer todos, uno o ninguno. No sabíamos cuántos pero estábamos convencidos de que iban a asesinar a alguien”, relata Manuel a Público.

Manuel Blanco Chivite.

Los asesinatos de tres de sus compañeros y de los dos miembros de ETA son considerados por Manuel como el último favor de Franco al entonces príncipe Juan Carlos. “El régimen asesinó a los que no tenían cabida en la nueva monarquía: los independentistas y la oposición que se situaba a la izquierda del PCE. Era un aviso de lo que sería la Transición. Asesinatos simbólicos”, analiza.

Manuel Blanco Chivite trabajaba cuando fue detenido como periodista freelance para diferentes revistas de economía y militaba en el PCE Marxista-Leninista desde sus tiempos de estudiante de periodismo. La Brigada Política Social le asaltó cuando paseaba por la calle de su casa. Fue trasladado de inmediato a la Dirección General de Seguridad (actual sede del Gobierno autonómico de Madrid. Lo que sucedió allí prefiere no recordarlo: “Círculos de policía con palos, torturas…”, comienza a relatar, pero su voz se apaga lentamente. “En fin, todo lo que te uno se puede imaginar y un poco más”, asegura.

Un juicio farsa

Los consejos de guerra tuvieron el carácter de procedimientos sumarísimos y para juzgarlos fue aplicada de manera retroactiva la ley antiterrorista que acababa de ser aprobada por el régimen. Tres de los abogados defensores llegaron a ser expulsados de la sala a punta de pistola por su insistencia en pedir que se resolvieran los recursos pendientes. En el juicio de Blanco Chivite, por ejemplo, fueron rechazados un total de 24 pruebas documentales y 20 testigos.

Era el año 1975, Franco seguía vivo, el PCE había dado la orden a sus abogados de que nadie defendiera a los condenados por miedo a que se le vinculara con la vía armada y Europa vivía los primeros años del Mercado Común. El primer ministro sueco Olof Palme salió a la calle, hucha en mano, pidiendo dinero en ‘apoyo a la democracia en España’. El régimen de Franco estaba dando ya sus últimos coletazos. Fueron los últimos asesinados del franquismo, pero no los últimos muertos por la democracia.

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