Artículo de opinión del periodista Alejandro Torrús

No me cabe la menor duda del compromiso personal de Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero e Iñigo Errejón con las víctimas del franquismo y con la memoria histórica. Ninguna. Es más, estoy seguro de que prácticamente el 100% de los dirigentes de Podemos comparten este compromiso. Por ello, no me queda otro remedio que pensar que lo sucedido esta semana, y en otras ocasiones, con las víctimas del franquismo que promueven la querella argentina -la única causa judicial que investiga los crímenes de la dictadura- es producto de la táctica y de la estrategia del partido.

La centralidad del tablero y el ‘ni de izquierdas ni de derechas’ (simplificándolo al extremo) está teniendo como consecuencia ampliar el caladero de electores hasta el punto de que el CIS llegó a reflejar que una cuarta parte de los votantes de Podemos había votado al PP en las pasadas elecciones. Pero, ojo, también hay efectos secundarios. Como por ejemplo, sembrar el terreno de incongruencias. Y quien siembra el terreno de incongruencias puede ver crecer la abstención entre los votantes de izquierda desilusionados, no lo olvidemos, que aupó a Podemos en las europeas.

Pero más allá de las posibles repercusiones de estas incongruencias en el electorado, quiero llamar la atención sobre las fronteras, que a mi modo de ver, debe tener cualquier estrategia política. Por muy fructífera que esté resultando. Puedo entender que para ser Gobierno, para ser alternativa real de Gobierno, el partido tenga que hacer gestos importantes para con el Ejército (véase Salvados con Pablo Iglesias), lanzar mensajes de tranquilidad a inversores extranjeros y hasta puedo entender -no compartir- los piropos de Pablo Iglesias al nuevo Papa sin que estos fueran acompañados de un recordatorio de lo que ha representado la Iglesia católica en este país.

Me niego a pensar que los derechos humanos entran dentro del juego de la centralidad del tablero, de los significantes vacíos y de la teoría de Laclau. Conviene no olvidar que el problema de las víctimas de la dictadura y de la Guerra Civil es un problema de incumplimiento sistemático de los derechos humanos. No se trata de un problema del pasado aún por solucionar. Ni siquiera es un problema de memoria. Es presente. Y es rutina en la vida de muchos ciudadanos, aunque estos no sean suficientes para dar un empujón cuantitativo al partido en las encuestas, sobre todo, porque muchos han muerto ya sin ver cumplidos sus derechos.

Hoy día, ahora mismo, hay decenas de miles, si no cientos, de cadáveres que se encuentran tirados por cualquier cuneta (ver mapa de fosas) con sus familiares moviendo cielo y tierra para sacarlos de donde quiera que estén. Hay decenas de madres, hermanas, sobrinos que buscan a sus bebés robados. Hay torturados que ven a sus verdugos corriendo maratones internacionales con una más que holgada pensión del Estado. Hijos, hermanos a los que el Estado les ha asesinado con una condena injusta que es incapaz de retirar a pesar de reconocer la injusticia de la misma.

Este martes Juan Carlos Monedero participó en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU lanzando una férrea defensa de los mismos  y de lo que denominó el “derecho al desarrollo”. Ese mismo día representantes de todos los colectivos de víctimas de la dictadura y de la Guerra Civil, junto a dos abogados de la llamada Querella Argentina, acudieron al Parlamento Europeo a pedir ayuda, a lanzar un nuevo grito de auxilio y a remover las conciencias de los eurodiputados. “Si no nos ayudan serán cómplices de la impunidad franquista”, dijeron.

Podemos, sin embargo, no estaba ahí. Como dijo un trabajador del partido en la Eurocámara había “otras preferencias internas”. Los querellantes conversaron con Podemos para que les invitara al Parlamento Europeo y Podemos se dedicó a marear la perdiz. Es cierto que no se negó, que simplemente aparcó la propuesta de las víctimas y la guardó en un cajón. También es cierto que Lola Sánchez acudió como público a uno de los actos celebrados en Bruselas y que tomó la palabra de manera breve tras ser invitada por un miembro de la delegación de los querellantes. Como dije antes, no me cabe ninguna duda del compromiso personal de todos ellos con la causa.

Sin embargo, fue Izquierda Unida -Marina Albiol, concretamente- la que no tuvo ningún reparo en invitar a las víctimas de la dictadura y fueron los eurodiputados de ICV, Bildu y PNV los que apoyaron la propuesta y arroparon a las víctimas de la dictadura en la rueda de prensa celebrada en el Parlamento Europeo. Podemos no estuvo. Y no se puede decir que las víctimas no le esperaran. Más aún cuando se cumplían 39 años del asesinato por parte de la Policía de cinco obreros en Vitoria en el trascurso de una huelga masiva de trabajadores.

Estas víctimas llevan 40 años (o 76, según se mire) clamando en el desierto del Estado español por el cumplimiento del artículo número 10 de la Carta Universal de Derechos Humanos, que garantiza el derecho de toda persona a ser oída públicamente y con justicia por un tribunal independiente e imparcial en condiciones de plena igualdad. Por no hablar del documento de Principios y directrices básicos sobre el derecho de las víctimas de violaciones manifiestas de las normas internacionales de derechos humanos del que estoy seguro que Juan Carlos Monedero conoce a la perfección.

En Vistalegre sonó L’ Estaca de Lluis Llach y se rindió un sincero homenaje a los luchadores que se dejaron la libertad, la integridad física, y muchas veces la vida, para traer la democracia a este país. Fue un gesto bonito. Emotivo. Pero un partido que quiere construir una nueva mayoría social que se traduzca en mayoría política no puede hacerlo poniéndose de perfil ante la violación de los derechos de las víctimas de la dictadura. La política y el cálculo electoral no pueden estar por encima de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Con los derechos humanos no se puede hacer política.

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