Carabanchel in memoriam. Luis Suárez y Chato Galante

Permítasenos, como ciudadanos con memoria, sobre todo, y también como antiguos usuarios, entonar un breve réquiem laico por el difunto inmueble. No se trata de hacer una evocación melodramática de los padecimientos vividos entre las rejas de Carabanchel por miles de luchadores antifranquistas, pero sí de ser conscientes de que la irresponsable decisión del gobierno implica un profundo desprecio a nuestra más reciente historia, y, en especial, a la gente que pagó con años de privación de libertad su desafío a la dictadura.

Artículo completo: Carabanchel in memoriam. Luis Suárez y Chato Galante. Viento Sur 101.Noviembre 2008.

 

Cámara de fotos en Carabanchel. Luis Puicercús.

A finales del año 1972 en la prisión de Carabanchel se empezó a incrementar el número de militantes del FRAP encarcelados a consecuencia de la radicalización de las luchas en el exterior. Uno de ellos (“Juan”) y miembro de la U.P.A. (Unión Popular de Artistas, integrante del FRAP) tuvo la idea (genial) de introducir una cámara fotográfica en la cárcel a pesar de que estaba expresamente prohibido y su posesión podía entrañar sanciones. Se trataba de tener un recuerdo gráfico de nuestro paso por la cárcel y poder confeccionar un dossier para difundirlo en el exterior y potenciar de esa manera la solidaridad con los presos políticos.

A pesar de las duras condiciones de seguridad y vigilancia a que éramos sometidos, la cárcel de Carabanchel era una especie de gigantesco queso de gruyère lleno de agujeros por los que se podía introducir casi cualquier cosa.

Se decidió introducir una cámara a través de la comunicación con uno de los abogados solidarios (que no cobraban por sus servicios) que llevaba varias causas de presos políticos. A través de la familia se pidió el modelo de cámara más adecuado para realizar las fotos en condiciones tan adversas, además de los carretes correspondientes que, para evitar los flashes tenían que ser especiales (“plus-X”).

La acción iba a llevarla a cabo dos compañeros que compartían el mismo abogado. Lo más importante es que dicha acción había que llevarla a cabo en las mejores condiciones posibles de seguridad, ya que se jugaban una grave sanción disciplinaria, celdas de castigo y, posiblemente, la apertura de un nuevo sumario, además de la implicación del abogado.

Llegó un día cualquiera del mes de diciembre de ese año. A pesar de las fechas hacía mucho calor. Los dos compañeros, vestidos con amplios chaquetones o “tabardos” (para disimular la cámara) fueron llamados a comunicar con el abogado. Mientras uno no perdía de vista al funcionario de vigilancia, que curiosamente se llamaba don Benigno (que tenía un carácter totalmente contrario a su nombre, con una pinta de fascista que impresionaba), el otro iba recogiendo los pequeños paquetes que le iba entregando el abogado (la cámara estaba desmontada, claro) y escondiéndolos bajo las prendas.

Entre los nervios, el calor y la lógica tensión del momento, estábamos chorreando de sudor… había mucho en juego. El abogado, asustado por lo que le podía caer encima si se descubría lo que estábamos haciendo, estaba blanco como el papel. Pero la realidad es que pudimos regresar a nuestra galería a pesar de nuestras extrañas “pintas” y sin ningún problema. Nunca entendimos cómo nadie se dio cuenta de lo contradictorio de nuestro atuendo con el tiempo que hacía.

Una cámara en el interior de la galería suponía un riesgo adicional para la organización y sus militantes, así que todo lo relacionado con ella se llevaba con la más estricta clandestinidad y seguridad. La mayoría de los compañeros no sabía de la cámara más que estaba en la galería. Tampoco conocían el sistema por el que había entrado. Cuando no se utilizaba se escondía en el doble techo de las duchas, que también servía como depósito de publicaciones clandestinas y libros prohibidos en la cárcel. El escondite sólo lo conocían dos compañeros, que pasaban la información a otros cuando eran trasladados a otras prisiones.

Hacer las fotos era algo más complicado y también se empleaban estrictas medidas de seguridad para evitar que fuese detectada por los funcionarios y evitar la requisa de la cámara y las fotos ya tomadas. Se movilizaba a media docena de compañeros, unos haciendo bulto, otros tapando con sus cuerpos el ángulo de visión de los funcionarios, sujetando puertas o vigilando. Por esa razón nunca salieron en las fotos la totalidad de los compañeros.

Algunas fotos fueron excepcionales, incluso merecedoras de algún premio o la participación en algún concurso fotográfico. Algunas fueron tomadas a escasos metros de los funcionarios y de otros presos o tomadas con el policía de vigilancia de la garita mirando hacia el grupo… nadie se percató y se pudieron seguir tomando fotos durante meses (más de un centenar).

Estas fotografías, con pleno derecho, deberían formar parte de la memoria reciente de nuestro país. Suponen un pequeño recuerdo de la lucha antifranquista que llevaron a cabo cientos de hombres y mujeres que dieron su bienestar, su libertad, incluso su vida, por conseguir una sociedad libre, mejor y más justa.

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