Euclides PERDOMO
08.XII.2012

Si hemos de creer la noticia de la semana, una enfermera se ha suicidado porque la gastaron una broma mientras estaba al cuidado de la duquesa de Cambridge y futura reina del Reino Unido, de plebeya Kate Middleton.

Al parecer, la señora Catalina de Windsor -¿o es de Inglaterra, o es de Cambridge, o es de Mountbatten?-, estaba hospitalizada en un centro londinense por algo relacionado con su embarazo pues dicen que está grávida de un posible rey/reina, eso suponiendo que no tenga mellizos o más. Circunstancia que aprovecharon unos periodistas australianos para telefonear al hospital y, haciéndose pasar por Elizabeth Gobernanta y por Carlos Tampax, abuelo del feto, sonsacarle a la enfermera algunos detalles a cual más anodino sobre el estado de la duquesa preñada.

 Hasta aquí, una anécdota infinitamente más sosaina que muchas otras de todos conocidas cuyos voluntarios y/o involuntarios protagonistas pertenecen a la imperial familia de los Windsor (hasta 1917, de los Hannover-Sajonia-Coburgo-Gotha). Sin embargo, el incidente se complicó cuando, dos días después, la enfermera apareció muerta en su casa. “Se suicidó”, dicen los medios de intoxicación. Ahora bien, obligados por la buena costumbre de no creer ni media palabra de estos medios, debemos preguntarnos: ¿se suicidó o la suicidaron? 

Antecedentes: la enfermera Jacintha Saldanha era madre de dos hijos, llevaba cuatro años trabajando en el mismo hospital y estaba en lo más alto de su profesión –de lo contrario, no la hubieran encargado una paciente tan prosapiosa y alcurniosa-. ¿Es verosímil que una madre y una profesional así, habituada necesariamente a situaciones de angustia y muerte, se suicide sólo dos días después de un incidente tan banal que no hubiera durado ni una hora más en la atención mediática?  

El “suicidio” de la señora Saldanha es absolutamente inverosímil. Descartado el suicidio, nos quedan dos hipótesis: a) El fallecimiento se debió a un accidente orgánico o doméstico. Difícil de creer en el caso de una persona de cuarenta años pero podría ser porque el infarto es un accidente común y ya se sabe que las casas pueden ser peligrosas. Pero resulta que los medios han insistido en que hubo suicidio, así pues, no vamos a contradecirles ni tampoco llevaremos la contraria a la ley de probabilidades. b) Descartados el suicidio y también la muerte accidental, sólo nos quedan el homicidio –un pillo sorprendido en su delito, un autobús loco- y el asesinato. 

Analicemos la alternativa “asesinato”: al revés que el homicidio, todo asesinato tiene un móvil. ¿Por qué motivo habrán asesinado Jacintha Saldanha? Sin duda, por el motivo habitual en las intrigas palaciegas: porque supo demasiado. Debemos suponer que, por su trabajo, tuvo que estudiar informes médicos y genéticos repletos de datos escabrosos del embarazo de la señora duquesa. ¿Cuáles escabrosidades? Uff!, en una familia como la de Windsor, en cualquier royal family, los hay por docenas. Por ejemplo, que el informe de ADN del feto sea incompatible con el ADN del progenitor oficial. O, más aún, que algún informe sobre William duque de Cambrige, concluya que Bill es estéril. 

Sin necesidad de ponernos tan estupendos, también podría resultar que el feto (o los fetos) del futuro Rey es inviable –niño azul, mongólico, etc.-, por alguna razón incompatible con el altísimo destino que le ha sido reservado por la imbecilidad monárquica. O, cargando las tintas más aguadas del mundo, simplemente porque Saldanha había comprobado que la futura mamá es un poco adicta a lo que sea. Ante un asesinato, todos estos motivos o seudo-motivos nos importan lo mismo que nos importa la vida privada, la fisiología y la genealogía de todos los royals: exactamente, un bledo.

 Lo que sí nos importa es que, si usamos el sentido común, todo nos indica que ha habido un crimen y que, como de costumbre, el pato real lo ha pagado una trabajadora. En la tierra de James Bond, 007 con licencia para matar cuando está al servicio de Su Majestad, otro asesinato de Estado, ¿qué tiene de raro? 

Malo es recurrir a versiones que nunca podremos demostrar pero, al menos, con su lectura nos reiremos. Muchísimo peor es creer en la Verdad Oficial, aburrida por definición, indemostrable por inverosímil y, por ello mismo, manifiestamente embrutecedora. Y, para recordar que hay gentes maravillosas que, sin necesidad de internet ni de tabloides, también encontrarían detestable la versión del suicidio de la enfermera, terminemos con una anécdota africana: Según cuenta la antropóloga Laura Bohannan en un corto ensayo que se ha convertido en un clásico, en un día cualquiera durante su trabajo de campo entre los Tiv (Nigeria), se esforzó en narrar Hamlet ante una asamblea de ancianos de ese pueblo indígena. Sin embargo, los Tiv rechazaron sus explicaciones por inverosímiles o por simplonas y, no contentos con ello, criticaron las peripecias del drama con argumentos a cual más razonable: “Los presagios no hablan, los muertos ni andan ni tienen sombra, Hamlet es tonto, Horacio es un ignorante, Polonio un necio, Ofelia simplemente se ahoga porque el agua por sí misma no hace ningún daño, la gente es similar en tu país y en el nuestro, en todas partes”. Una vez articulada la versión africana del Hamlet, con cierta condescendencia, los Tiv pasaron a descifrar para la antropóloga las verdaderas fuerzas que se ocultan tras los asesinatos del drama shakesperiano. Y concluyen: “Alguna vez has de contarnos más historias de tu país. Nosotros, que somos ya ancianos, te instruiremos sobre su verdadero significado, de modo que, cuando vuelvas a tu tierra,  tus mayores vean que no has estado sentada en medio de la selva sino entre gente que sabe cosas y que te ha enseñado sabiduría” (Laura Bohannan, Shakespeare in the bush, 1966)

One Reply to “El inverosímil suicidio de Jacintha Saldanha, un trabajo para 007

Responder a leison Cancelar la respuesta